domingo, 27 de junio de 2010

CRÓNICA DE 30 MINUTOS


Y la luz se puso roja.
No supo cómo o qué efecto fue ese, pero la luz se tornó roja. Ella miró la luz con gran admiración. El lugar estaba atestado de gente, lleno de gente que venía a dejar sus oraciones y pidiendo ser escuchada. Miró a los lados viendo los rostros de gente desconocida, y algunos no tan desconocidos, que pasaban aturdidos por la multitud. Muchos parecían tristes. Muchos parecían anonadados. Muchos parecían no saber por dónde iban. Ella miró a los ojos de cada uno y buscó entre sus reflejos un atisbo de felicidad. No lo encontró. Miró en el rostro de las monjas que estaban en el lugar buscando algún indicio de paz en el alma y se preguntó cómo sería la vida de aquellas personas ¿Serían más felices? ¿Serian, a caso, infelices? No supo que responderse.
Las monjas pasaron frente a ella y se sentaron en una banca cerca al altar.
Miró el piso y soltó un suspiro largo que expresaba todo su pesar en el alma. El discurso comenzaba. La gente fingió estar atenta mientras se podía observar su aura frustrada y acongojada. Solo ella pudo observar eso. Sentía de pronto un dolor en el corazón que la embargaba. Horas antes, una chica se había acercado a ella preguntándole si estaba bien. Ella mintió diciendo algunas excusas y la chica se fue sin saber más que eso.
El dolor la embargó más.
Sintió unas ganas profundas de llorar, de soltar todo lo que tenía dentro, de gritar al mundo los sentimientos que la poseían y no hizo más que mirar al techo rogando que las lágrimas no rodearan sus mejillas entristecidas. Lo logró, nadie se dio cuenta que sus ojos se cristalizaron y volvieron a la casi normalidad.
Miro a la gente que la rodeaba y oyó a su corazón, un hallazgo la hizo temblar y darse de cuenta de una cosa.
Estaba Sola. Tenía miles de personas rodeándola, mirándola de vez en cuando, pero estaba sola. Una lágrima bordeo su mejilla izquierda y rápidamente la secó con el puño de su casaca. Se había dado cuenta que no tenía a nadie. Que no tenía una sola persona en el mundo en la cual llorar sin remordimiento alguno. Ni siquiera la persona que debía estar a su lado en ese momento podía entenderla, ni siquiera estaba cerca de ella en primer lugar. Hace tiempo no la veía y sentía su lejanía cada vez más cerca. Estaba sola. Trataba de buscar entre sus memorias a alguien a quien recurrir para poder botar solo algunas lágrimas sin culpa. Pero nada… ningún rostro se presentó ante ella. Una mano le agarró el brazo y la miró como indagando entre su alma, tal vez preguntando si se encontraba bien. Ella volvió a su obra de teatro y sonrió contenta al espectador. Al parecer, la sonrisa fue suficientemente convincente para la persona y nuevamente se volteó.
Nuevamente…. Nuevamente fue capaz de convencer que estaba bien. Mas en su interior otro pedazo de ella se cayó en las profundidades de su alma.
No se vió fuerte y salió corriendo del lugar. No le importaba lo que pensara la gente de ella. No le importaba que la gente se diera cuenta del dolor de su corazón. No le importaba nada.
Ni su propia vida.
Se fue corriendo bajo la luz tenue de la calle y desapareció…
Desapareció entre la oscuridad de su mente y nunca más supieron nada mas de ella..